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Algunos derrochan oro de sus bolsas
    y pesan plata en la balanza;
contratan a un joyero para que les haga un dios,
    y ante ese dios se inclinan para adorarlo.
Lo levantan en hombros y lo cargan;
    lo ponen en su lugar, y allí se queda.
    No se puede mover de su sitio.
Por más que clamen a él, no habrá de responderles,
    ni podrá salvarlos de sus aflicciones.

»Recordad esto, rebeldes;
    pensadlo bien, ¡fijadlo en vuestra mente!

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